El caso «Faisán», Garzón, Prisa y RubalcabaConviene recordar que el caso «Faisán» fue archivado por el juez Baltasar Garzón por entender en un ejercicio de sectarismo y sometimiento al ejecutivo sin otros precedentes que los propios- que no había indicios suficientes de delito. En febrero de 2010, la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional por unanimidad ordenó al infame juez reabrir el caso y seguir investigando, apartándose así del inexplicable criterio del juez estrella. El Auto de fecha 1 de febrero dictado por el Juez Ruz, sustituto de Garzón, deja en evidencia, en primer lugar a su predecesor, al acordar la práctica de pruebas e informes que el ídolo de la progresía consideró en su día irrelevantes e innecesarios y ahora hasta la fiscalía admite su relevancia. Deja en muy mal lugar a todo el aparato de Prisa que con tanto ahínco defendió y sigue haciéndolo- la actuación de Garzón en este caso. Y amenaza con destapar una de las actuaciones más graves de los últimos cuarenta años y dejar al aire los extremos hasta los que llegaron Zapatero y Rubalcaba en su vergonzosa e indigna negociación con la ETA. Hasta el momento, Garzón y Prisa, ya han caído en desgracia. El primero se sentará en el banquillo por prevaricación y la segunda está en almoneda perdiendo dinero a chorros. Rubalcaba y su equipo sobreviven por el momento, pero el caso Faisán podría convertirse en la maldición que acabe definitivamente con el siniestro trío progresista que tanto daño ha hecho a España, a la justicia y a la verdad.. LFU |
La historia de los amantes de Teruel.DiegoHan sido los cinco años más duros de mi vida, las batallas contra los moriscos casi me han costado la vida en varias ocasiones. He andado cientos de kilómetros por caminos polvorientos, he sufrido sed y hambre y tengo cicatrices en casi todos los rincones de mi cuerpo. Pero nada me importa, y si lo tuviese que repetir, lo haría mil veces más sin dudar porque por ella, el sacrificio no es más que el destino que me acerca a sus dulces labios. Mi nombre es Diego de Marcilla, y hoy, entro de nuevo en mi ciudad, Teruel, con la fama y la fortuna que me dieron todas las batallas en las que luché y vencí contra los moros. En mis alforjas traigo la dote para desposarme con Isabel, el único amor de mi vida, que prometió esperarme durante estos cinco años mientras reunía la fortuna suficiente que me pidió su padre para pedir su mano. Mientras subo por la cuesta de la Andaquilla, en la iglesia suenan campanas de boda. Pienso que no es mal modo de entrar en Teruel, pues en pocos días, esas campanas sonarán de nuevo sobre nuestras cabezas mientras nos declaramos amor eterno. IsabelMaldigo el día que le hice aquella promesa. Pobre Diego, por mi culpa partió a la lucha donde probablemente algún filo partió en dos su corazón. Ahora pienso que no debí de darle esperanzas, de ese modo, pese a mi desdicha, en estos momentos seguiría con vida. Mi padre siempre quiso lo mejor para mí y para mi futuro y cuando le dijo a Diego que no tenía la suficiente dote para conseguir mi mano, los dos debimos de acatarlo. Pero éramos muy jóvenes y faltos de razón, y tras mi promesa de que lo esperaría durante cinco años, el partió hacia un empresa imposible y que le habrá costado su vida. Hoy termina el plazo, pero la total ausencia de noticias suyas me hizo perder hace tiempo la esperanza de su vuelta. Como mujer de honor, le debo respeto a mi padre y debo de acatar sus deseos y casarme con ese hombre, que seguro que cuidará de mí y será un buen esposo. Que Dios y Diego me perdonen, pero la presión de mi padre ha sido muy grande durante estos años y por un solo día, yo, Isabel de Segura, incumpliré mi promesa. Diego e IsabelLa alegría de Diego se torna en total tristeza y desolación al enterarse que las campanas que ha escuchado al entrar en Teruel, eran las de la boda de su amada Isabel. Siente una mezcla extraña de sentimientos en su interior, en el cual el pesar y la rabia se mezclan a partes iguales. Necesita escuchar de labios de Isabel el porqué, quizás se olvidó de él, quizás todo lo que el sufrió durante estos años no sirvió para nada o, al contrario, todavía le quede una oportunidad. No puede esperar a conocer la respuesta, y cuando cae la noche, se dirige decidido hacía el nuevo hogar de los recién casados. El esposo de Isabel duerme en el lecho exhausto tras un largo día de celebraciones, pero ella no consigue conciliar el sueño pensando que ya no hay vuelta atrás cuando siente que alguien coge su mano. Diego ha entrado con sigilo y la mira arrodillado junto al lecho. Los dos permanecen en silencio durante unos minutos contemplando sus rostros bajo la suave luz de la luna que se filtra por el gran ventanal. Una lágrima recorre la blanca mejilla de Isabel y cuando se dispone a explicarle a Diego lo sucedido, el posa sus dedos sobre los temblorosos labios de ella y le pide un beso como muestra de amor, un solo beso sincero para que su vida pueda continuar con algo de sentido. Isabel le niega el beso a Diego invocando la honestidad que le debe a su nuevo esposo y a su padre, y también a ella, pues pese a desear ese beso con toda su alma, el miedo a las consecuencias es mucho mayor. Diego le pide por segunda vez ese beso como muestra de amor e Isabel se lo niega de nuevo y, tras esta segunda negación, Diego cae muerto sobre su regazo. Entre sollozos de pura pena y dolor, Isabel le cuenta a su marido todo lo sucedido. Este, tras calmarla, coge el cuerpo sin vida de Diego y al amparo de las sombras de los pórticos, lo lleva hasta la puerta de la casa de sus padres. Al día siguiente, las campanas de la iglesia vuelven a sonar, pero esta vez para anunciar a Teruel la muerte de D. Diego de Marcilla. El féretro de Diego se encuentra en el altar de la iglesia, donde familiares y amigos velan en silencio el cuerpo, a la espera del comienzo del funeral. El murmullo de los rezos tan solo se ve roto por el chirriar de la puerta, por donde entra una mujer con el rostro velado que camina con certeza hasta el altar. Una vez allí, descubre su rostro y se inclina hacía el de Diego para besar en silencio sus labios. Tras el beso, queda tendida sobre su pecho. El funeral está a punto de comenzar y algunas mujeres se acercan para decirle a esta mujer que debe de apartarse del féretro. Pero esa mujer no responde, esa mujer es Isabel que yace muerta sobre el cuerpo de Diego. El novel esposo de Isabel, relataría allí mismo ante todos los presentes la historia que la misma Isabel le había contado entre sollozos la noche anterior. Y nadie dudó de que los dos habían muerto de amor, del amor más grande y puro que jamás se había conocido en el lugar y, en honor a los dos enamorados, se decidió enterrarlos juntos para que pudiesen pasar el resto de la eternidad en mutua compañía. Los amantes de TeruelEstos hechos, relatados aquí sin excesivos detalles, acontecieron en el año 1217 en la ciudad de Teruel dando origen a la leyenda de los amantes. Diego (Juan Martínez de Marcilla según documentos históricos) y Isabel de Segura, vecinos desde la infancia y ambos de familias nobles, se amaron desde siempre. Diego era el segundo hijo de la familia, con lo cual, el primogénito era el designado como heredero. Al pedir Diego la mano de Isabel a D.Pedro de Segura, el padre de ésta, que se negó apoyándose en el tema de la dote, pues no sería Diego el heredero de la fortuna de su padre. Diego decidió partir a las batallas contra los moriscos para acumular la fortuna suficiente para poder casarse con Isabel, tras prometerle ella que lo esperaría durante cinco años. A partir de este momento, la historia acaba como habéis podido leer. Pese a ser una leyenda, los hechos están bastante bien documentados con diferentes actas notariales de la época tras varias exhumaciones de los cuerpos, que tras casi 800 años, se encuentran momificados con los mismos gestos con los que fueron enterrados. Los féretros de los amantes de Teruel son un punto de visita obligada para todo aquel que pase por tan peculiar y bonita ciudad. Hace unos años, los cuerpos fueron sometidos a distintas pruebas cronológicas que los dataron en los años en los que sucedieron los hechos, para acallar las bocas de unos cuantos escépticos que siempre pensaron que toda esta historia no era más que un cuento de viejas. Hay gente a favor y gente en contra, aunque no encuentro el motivo para intentar tirar por los suelos una leyenda tan bonita como esta. ¿Qué opináis al respecto? Por Sinuhé Gorris. Tejiendo el Mundo. Aquí se pueden leer los diferentes escritos y actas de la época junto con otras investigaciones sobre los amantes. http://www.teruel.org/amantes/index.html A principios de Febrero, Teruel retrocede al pasado para rememorar la historia de los amantes. En la web oficial de Las bodas de Isabel de Segura, se puede encontrar toda la información de estas fiestas tan peculiares. Tambien existen multitud de novelas y libros basados en esta mítica historia. |
La revolución cantonal, España fragmentadaUn suceso histórico que convirtió a España en una nación de nacionesEspaña rota - España rota En pleno siglo XIX y con la primera República aún en la probeta, se extendió por el país una fiebre libertaria y anticentralista. Entre el maremágnun de acontecimientos que constituye la historia del convulso siglo XIX español, que cuenta entre otros con el caballo de Espartero, Fernando VII abordando el país a lomos de los 100.000 hijos de San Luis, María Cristina conspirando entre amantes o Pepe Botella estupefacto ante un pueblo que le acuchillaba a los soldados por los caminos, ha quedado relegado al olvido uno de los episodios más pintorescos e inexplicables de la historia española: la revolución cantonal de 1873. En un país como España donde las reivindicaciones autonomistas, soberanistas o incluso independentistas han pasado a formar parte esencial del atrezo de su escena política, aquellos meses de 1873 y su orgía anticentralista hubiesen provocado el estupor o la delicia, según los casos, de los habitantes actuales de las Cortes. El ensayo de la I RepúblicaLa secuencia de acontecimientos es la siguiente. Amadeo de Saboya abdica tras su efímero reinado, repudiado por el pueblo que siempre lo consideró un advenedizo y harto de ejercer de títere alternativamente del partido liberal y conservador, mientras la llama Carlista no acababa de apagarse en el Norte y amenazaba con convertirse en incendio, El capital de Marx calaba hasta los huesos de la España Industrial gracias a un tipógrafo llamado Pablo Iglesias y miles de esclavos de ébano gritaban ¡Revolución! en Cuba. Tras la partida del monarca Amadeo I de Saboya y ante una situación desesperada se optó por el único sistema político que aún no había sido ensayado. En 1873 y en la España más anárquica que se recuerda nacía la I República con Castelar, Pi y Margall, Figueras y Salmerón como valedores. El estallido de la Revolución El primer gobierno resultaría de una coalición entre republicanos y radicales y la presidencia del poder ejecutivo rotaría entre los cuatro personajes antes citados, que dedicaron sus empeños en buscar de forma enfebrecida una Constitución Republicana que sustituyese a la monárquica aún vigente. A partir de junio de 1873 los acontecimientos se precipitan. Una serie de ciudades españolas se declaran independientes del poder central y proclaman su propio cantón. Entre las que participaron en aquel alzamiento figuraban municipios tan variopintos como Torrevieja, Alcoy, Salamanca, Toro, Betanzos, Utrera, Córdoba y Coria. Curiosamente tanto Cataluña como la zona Cantábrica se mantuvieron impasibles ante esta apoteosis atomizadora, tomando el protagonismo Levante y Andalucía. El municipio despojado de recursos e influencia debido a la desamortización de Madoz las últimas reformas políticas isabelinas veía la posibilidad de recuperar su importancia. Por ello, muchas veces dirigieron su revuelta no contra el poder central sino contra su capital de provincia. Además estas revoluciones estuvieron dirigidas por los nuevos representantes de la incipiente protesta social, la Internacional de los Trabajadores planeando como un fantasma sobre la revolución cantonal. El gen ibérico a escenaLos historiadores sitúan la explicación de la revuelta cantonal en el calado de las obras de Pi y Margall, el cual abogaba por una España federal y ese gen del particularismo ibérico que en épocas de crisis de poder de agruparse en torno al cantón o entidad geográfica para defenderse de la artificiosidad del Estado. De ser cierta esta tesis, el gen ibérico lanzó un guante a la cara de Leviatán. En apenas unos meses Granada y Jaén entraron en guerra por sus límites, Utrera se hizo independiente de Sevilla, mientras ésta, a su vez, le declaraba la guerra (una guerra que, increíblemente, ganó Utrera), Coria capital episcopal quiso independizarse no de Madrid sino de Badajoz, al igual que Betanzos de La Coruña. Reseñable fue la guerra entre Madrid y Cartagena con enfrentamiento naval incluido entre las dos potencias, de ahí el origen del Viva Cartagena. Jerez proyectó su cantón pero finalmente prefirió rendirse a Madrid antes que anexionarse a Cádiz. España se había convertido en un sainete, siglos de atávicas rivalidades regionales dirimidas a golpe de proclama y fusil. El país había saltado en mil pedazos. Salmerón sucedió al dubitativo Pi y Margall al frente de la República y envió al general Martínez Campos al mando de un ejercito a Levante y Andalucía. Los cantones desorganizados y ebrios de su propia libertad caían uno tras otros. La revolución fue sofocada en menos de dos meses. En los paredones de los Consejos de Guerra quedaron los restos del recuerdo cantonal española., uno de los episodios más surrealistas y genuinamente hispánicos que se recuerdan y que logró recrear a Babel en Iberia por unos meses. |
La Reconquista contra el Moro |
La base de nuestro pueblo (1 de 2)
España es una nación por los cuatro costados, o al menos eso es lo que a mí me parece y creo deducir. La acepción cuarta del DRAE nos ofrece la siguiente definición de nación: Conjunto de personas de un mismo origen étnico y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común. Luego si repasamos la historia de nuestra patria advertiremos que aunque no siempre se hayan dado todos los requisitos que la Academia de la Lengua sugiere, ya que se conocen períodos de singularidad en una u otra región, el resultado final es bastante categórico. Sospecho que mi afirmación sólo será discutida por los radicales de la tribu vasca, aunque yo diría que con argumentos poco sólidos. Es bastante axiomático el origen étnico compartido de la inmensa mayoría de los habitantes de España, incluso con los vascos, puesto que cada día está más claro que los antiguos vascones no pasaron de ser una de tantas tribus ibéricas, poco romanizada si se quiere, aunque mucho más de lo que se suele admitir en el ámbito nacionalista. Los vascones, es bien sabido, llevaron una trayectoria itinerante desde el pirineo navarro hasta su actual lugar de asentamiento, una tierra mucho más de paso que a través de los siglos les ha eliminado su antigua endogamia. La base de nuestro pueblo, el de los españoles, se sustenta en la celtiberia, sobre la que Roma distribuyó varias capas de civilización y de progreso. Caída Roma, el pueblo visigodo, una minoría que se estima en menos de 300 mil personas, llegó hasta la Hispania de los cinco millones de habitantes y gobernó casi para todos durante más de 200 años. El gobierno de las élites godas, de hecho, le confirió a Hispania el concepto de nación unitaria en contraposición a lo que representaba en los tiempos de Roma, período en el que el territorio ibérico sólo era un conjunto de provincias romanas, unas senatoriales y otras imperiales. Más tarde llegaron los musulmanes, unos pocos miles, y por algún extraño prodigio lograron conquistar todo el Imperio hispano; pues la Hispania goda, con casi 700 mil kilómetros cuadrados y cerca de los 8 millones de habitantes, era un auténtico imperio que cubría la totalidad de la Península ibérica, todo el sureste francés hasta el Ródano y un buen bocado del actual norte de Marruecos, donde tras la marcha de los bizantinos, unos 60 años atrás, se creó el condado de Tánger que comprendía gran parte del Rif y la región de Gumara. Hasta aquí, muy resumida, una etapa histórica de unos dos mil años durante los cuales los habitantes de Hispania entrelazaron su sangre unos con otros, comerciaron a fondo entre sí y convivieron favorecidos por esa admirable red de calzadas y puertos de refugio que Roma nos legó. Los sarracenos cortaron de raíz aquella etapa, lo ocuparon casi todo y establecieron acuerdos con los hispanos tan pronto pudieron. No tenían alternativa, los musulmanes eran conscientes de que a consecuencia de su escaso número les resultaría imposible controlar Hispania sin pactar con las aristocracias locales. Dos de los pactos que han trascendido fueron en Aragón y en el sureste, con el hispano-romano Casio y con el visigodo Teodomiro. Se calcula que todos los árabes llegados a Hispania durante los siglos en los que ejercieron su dominio apenas rebasaron el millón de personas. Uno de los contingentes más numerosos fue el de Musa ben Nusayr, compuesto de 18 mil árabes. No hay noticias historiográficas de otro contingente mayor. Los beréberes sí entraron en diversas oleadas y en mayor número, pero no acabaron de asentarse en Hispania, fue un ir y venir, primero porque los árabes los destinaron a las tierras altas y se reservaron para sí los valles. Más tarde, porque los sucesivos imperios de los Almorávides y Almohades fueron efímeros y además establecieron sus cortes califales en África. De hecho, hasta Marrakech, la capital de ambos imperios, llegaron numerosos andalusíes en busca de la protección del Califa. El caso más conocido es el de Averroes, grandísimo polígrafo hispanoárabe del que se asegura que fue desterrado, cuando en realidad el soberano almohade le envió de vuelta a su casa cordobesa. Es decir, desterrado, pero de la corte de Marrakech. Los beréberes benimerines, finalmente, sólo influyeron con su ejército en el reino de Granada, aunque sin aportar población adicional a un reino nazarí superpoblado ya a consecuencia de haber acogido a cuantos islamitas huían de la cristiandad. Y ese fue uno de los motivos, la sobrepoblación, para que el reino de Granada tardase tanto en caer. Fue como si se hubiese concentrado en Granada, que comprendía también Málaga, Jaén y Almería, casi todo el potencial del al-Andalus más floreciente. Los árabes actuaron como los godos, ocuparon el poder, las clases altas y el ejército. El pueblo seguía siendo hispano en su abrumadora mayoría. La gran diferencia respecto al dominio de los visigodos es que éstos abandonaron su arrianismo para integrarse con los hispanorromanos, ya que habían encontrado una patria que hicieron suya, mientras que los islamitas, desde el respaldo que les daba su gran imperio, incentivaron la conversión al islam mediante la exención de impuestos. El proceso fue inverso entre visigodos y árabes. Más de media Hispania se convirtió al islam, algunos de buena fe y otros por conveniencia, pero seguían siendo hispanos aunque ya no se llamasen así. La población ibérica pasó a identificarse según la religión que se profesase: musulmanes o cristianos, y hay quien juega interesadamente con esos términos para comenzar a dividir a España en bandos o naciones. |
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